Calle del Espíritu Santo 6, Calle del Espíritu Santo 6. Camino unos metros más y lo encuentro. Busco el botón 1ºD, de derecha. Toco. Se escucha el portero eléctrico que contesta y cuelga. Chicharra. Empujo la puerta de hierro con fuerza, me cruzo con dos hombres saliendo. La sostengo, pesa un poco. Gracias. Subo media escalera y después una entera hasta llegar al primer piso. Me espera con la puerta abierta. Debe medir lo mismo que yo, tal vez un poco menos, aunque está descalza. Nos saludamos con dos besos aunque ambas somos argentinas, pero no nos damos cuenta. Debe tener algunos años más que yo, o debe ser un poco más feliz porque tiene pequeñas arrugas alrededor de los ojos. Pelo rubio, a la altura de los hombros que se mueve cuando habla y gesticula. Sonrisa grande, de esa que se acompaña con los ojos.
Huele a sahumerio. Se lo digo. Sí, es que viniste muy cerca de la hora del almuerzo y tenía que sacar el olor de la comida (que seguía estando presente de alguna forma, a través del escondite del sahumerio). Su comedor tiene unas sillas de PVC rojas con patas metálicas que jamás hubiese elegido para mi casa, pero en el contexto me encantan. Las miro cada vez que voy. Podrían formar parte de una escena de Mad Men. También tiene una cámara analógica apoyada en su estantería en la que siempre me detengo: me pregunto si la usará, si la habrá heredado, o si simplemente estará ahí y de vez en cuando la levanta para limpiar la repisa.
Hablamos, como siempre, con su jarra de agua de vidrio verde que me encanta y la caja de carilinas (o papelitos o como le digan acá) apoyadas en la mesa ratona. Hoy fue la tercera vez. Tiene la lámpara con forma de dona naranja de IKEA que nunca consigo, siempre apagada. Su casa está llena de pasado, muebles con historia y ventanas de vidrio repartido, sillones de los años 60 con el tapizado un poco vivido. Siempre tiene una bolsa de agua caliente sobre las piernas, me da ternura y a veces ganas de copiarla. Pasó la hora y nos levantamos. Hablamos del congreso que tiene estos días y le hice algunas preguntas personales, entre ellas, hace cuanto vivía acá. El 24 cumplo dos años. Exactamente un mes mas tarde, yo también. Me fui pensando en cuán habitada estaba para tan poco tiempo.
Creo que nunca podría hacer un resumen de lo que hablo. Pero sí me puedo ir con un resumen de sensaciones y emociones. Me fui a una cena que no tenía muchas ganas de ir, pero fui igual y me divertí. Volví caminando por la primera noche madrileña sin lluvia en dos semanas mientras escuchaba Max Richter y en la entrada de casa me crucé con uno de los chicos que trabaja(ba) en el bar de abajo de casa. Nos pusimos al día, lo operaron de los meniscos y renunció. Yo en realidad era periodista. Sos, le corregí. Hablamos un poco de Rosario, de los propósitos de la vida y de volver a empezar (ahora me puse a cantar Alejandro Lerner). De que él ahora es millonario en tiempo. Qué lindo eso. ¿Cómo se hace? ¿Lo seremos más veces de lo que creemos y no nos damos cuenta? ¿Y qué significa ser millonario en tiempo? ¿Mi hermana que está todo el día de acá para allá pero que siempre termina los días de la forma que más valora, será también millonaria en tiempo?


8 de marzo. Otro cumpleaños más de papá. Me desperté muy temprano para encontrarme con Martina en el aeropuerto. Entre las dos habíamos dormido dos horas. Desayunamos un bocata y nos pusimos al día en el avión. Llegamos a Lanzarote, paseamos, comimos, hablamos, nos reímos, brindamos, nos abrazamos. Fue el primer cumpleaños en el que no (le) pude cocinar una receta persa. Unos días más tarde, en casa, pensé en celebrarlo tardíamente pero no tenía ganas de cocinar ninguna receta persa que no conociera (ya se van repitiendo cada año) y terminé haciendo mi comfort food que él me hacía cuando era chica: arroz con manteca y huevo frito (y obvio, mucho queso rallado). Simple, sin ningún ingrediente extraño, y sin ningún rebusque de algo que no es. A veces es eso: las tradiciones y los recuerdos se mantienen en esos pequeños actos cotidianos, no en lo extraordinario del día.
Viernes otra vez. Calle del Espíritu Santo. Timbre, chicharra, empujo, subo, subo. Hola. Doble beso. Esta vez, ella se dio cuenta: ya nos saludamos con dos, no me di cuenta. Nos sentamos, tomaba mate. Extraño el mío que se me pinchó. Pienso en que tengo que comprarme otro, ni idea dónde. Miro de reojo su repisa y veo que la cámara analógica estaba en otra posición. Pienso que entonces la usa y no está de decoración. Hablamos de la felicidad. Le dije que para mi no es algo extraordinario (aunque en el fondo lo debo seguir esperando), sino que son esas pequeñas cositas. Me preguntó cuándo fue la última vez que fui feliz y le dije el domingo, cuando vinieron Gi y Alex a comer a casa y jugar juegos de mesa (y después se fueron y me quedé mirando una peli con las velas que me regaló mi mamá).
Salí y me fui a Miyagi a revelar el último carrete, pero El chico de las cámaras me dijo que no se había enganchado bien y que no habían salido. Hice una rápida recapitulación mental de todas las fotos que saqué (en Madrid, en Italia, en lo chiquito y lo no extraordinario de todos los días, en la luz que entra por las tardes a casa, en los ñoquis del 22 -y no del 29-, en los paseos en el Retiro con Martina, en los cafés lentos de Italia, en los limoneros de Mario, y en tantas otras fotos que no me acordaré de haber falsamente sacado). Uh, qué macana, le contesté. No creo que entienda exactamente qué significa, pero a veces no hacen falta muchas traducciones.
Salí, me subí a mi bici amarilla después de dos meses y me encontré en Prosperidad con Martina a comer una tortilla. La luz entraba por la ventana e iluminaba la silla amarilla. Me levanté y saqué una foto, de nuevo, con el mismo carrete.


Microhistoria:
Lara me escribió la semana pasada pidiéndome que me imagine ser un objeto y lo describa como si me escuchase un alien, así que escribí esto:
Me cabe en la palma de la mano. En la mía y en la de cualquiera. Los hay de varios tamaños y materiales, pero el que más me gusta es el que tengo en casa: el interior es poroso, de un color amarronado. Con el tiempo se fue poniendo más oscuro y teniendo más personalidad (que también se puede traducir como desgaste). La parte de afuera es de un cuero sobado y teñido, con una costura a mano de algún hilo encerado grueso blanco, que recorre desde las patas formadas con el mismo cuero, hasta el ribete metálico de la parte superior. Lo tomo con mi mano izquierda y le pongo el polvo granuloso verde con la otra. Tapo la boca y lo agito un par de veces. Lo apoyo sobre la mesa, me sacudo las manos, ahora llenas de polvo. Lo inclino un poco para que quede un desnivel, que con mis mini obsesiones, siempre elijo el mismo costado. Sobre el lado más bajo, le vierto un poco de agua caliente. Espero. Calvo una pajita metálica que en su base tiene un filtro con agujeritos para que pase el líquido infusionado. Después de enterrarla, tiro un poco más de agua por ahí cerca (no sea cosa que me queme). A veces espero unos segundos. Tomo un sorbo, el primero es más denso y amargo. Me gusta, da inicio oficial a mi día.




Una serie
Nada nuevo, ya que está en todos lados, pero empecé y terminé Adolescence en muy poco tiempo. Increíble el detrás de escena.
Una peli
Sigo sin ver The Brutalist. Vi Minari y me encantó, la tenía pendiente hace tiempo.
Un libro
El otro día me metí de casualidad en una librería que me llamó la atención. En una de las mesas había un libro que agarré, leí la contratapa y su primera página y me lo llevé: se llama La química de lo bello y es realmente hermoso. (Y raro). Son como relatos que habla de distintas temáticas, desde el color azul, hasta el barro, el oro (no leí mucho todavía), desde la perspectiva de una química.
Una canción
Esta es la de mi playlist “corchazo instrumental” así que más o menos ya se advierte el tipo de canción que es. Es de Max Richter, la conocí en Italia en el último viaje improvisado que hice. Me la pasó Darío en un viaje de dos horas en la montaña que hicimos juntos. Es hermosa. On the Nature of Daylight


Una receta
El otro día hablando con Flor, mencionó la importancia de tener esos espacios familiares (sobre todo al migrar) donde sentirte contenida. Y no tienen por qué ser una persona. Puede ser un grupo de running, ir a cerámica, bordado, o la magia linda que estamos haciendo con los chicos de juntarnos a comer en cada casa comidita de la buena. Arrancamos en lo de Mario y Agus por insistencia mía de comer locro (la última vez había sido en casa, en Holanda, hecho por Mar el día anterior para que esté más rico, un 25 de mayo). Dije, ¿para qué comer ñoquis los 29 y locro el 25 de mayo y comida persa el 8 de marzo si puedo hacerlo cuando quiera? Así que Mario le pidió la receta a su mamá desde Argentina y le mandó una seguidilla de muchos minutos de audio que Mario me reenvió y acá transcribí. Cabe aclarar que la mamá de Mario es chef y que Mario claramente tiene muñeca :)
Locro un día cualquiera de lluvia en Madrid.
Che ma, mira el domingo quiero hacer locro, somos siete personas, ¿me tiras ma’omenos que tendría que comprar? (Mario hizo estas cantidades, comimos dos platos cada uno y obviamente sobró, pero se puede congelar perfectamente y sos feliz por más tiempo)
Antes de que leas la receta, te paso también los tips que aprendí de Mar. Primero preparar todos los ingredientes: cortar las carnes en pedazos chicos, las verduras, y una parte de la calabaza rallarla para agregarla al final, así espesa el guiso. El chorizo se cocina primero a fuego medio para que se vaya desgrasando de a poco (unos 10-15 minutos) y se deja aparte. Después vas cocinando las carnes con las verduras (cubriendo con agua) hasta que se vaya haciendo (aprox una hora, pero medio en función del tamaño de los ingredientes). Al final, se le agrega la calabaza rallada y se deja cocinar unos 10 minutos más aprox. Para servir, sofrito encima y una buena rebanada de pan y listo :)
Tenés que poner 700gr de maíz blanco partido en remojo, y otros 700/900gr de porotos (pueden ser de los tres colores). Carne ponele falda, de cerdo podés ponerle pedacitos de carré o los codillos de cerdo, no me acuerdo cómo le dicen ahí. Calculá 1 kg de carne, y también súmale chorizo colorado (Mario puso 4 colorados y 4 normales). Prácticamente la misma cantidad de carne que de zapallo zapallo y batata
Para la salsita picante tenés que poner un poco de aceite, verdeo, ajo (bastante) y sin que se queme le pones pimentón (ponele dulce porque el picante sino te morís), ají molido, todas las especies, le agregás agua y lo cocino 20 minutos, media hora. Ah, ponele comino también. No le pongas cúrcuma porque no son condimentos criollos.
Sí má, ya sé eso. Yo los chorizos los cocino aparte y después los meto. La carne de cerdo , tiene que ser pura pulpa para que la meta con los porotos, sino le doy un hervor y lo mezclo. La de vaca la meto directo dentro del locro.
Mario compró solomillo de cerdo (así que lo puso directo) y de vaca compró “morcillo de ternera”, que acá lo usan para el cocido.
El solomillo podés cocinarlo con el zapallo y la batata, la vaca ponela antes que el zapallo y la batata.
Los porotos hervidlos los 3 por separado porque no tienen el mismo punto de cocción, a mi me gusta que sean la misma proporción de porotos que de maíz. Hacen 40 grados acá Mario. Sí, vi que hacen 47 de sensación térmica.
Que gozada leerte, espero siempre las letras de la cocina migrante.